El asunto de los universales se extendió durante toda la Edad Media, incluso se dice que la Escolástica gira en torno a este problema. Los universales son los géneros y las especies, y se oponen a los individuos aunque se relacionan a ellos. Por ejemplo, se tienen muchos árboles de la especie árbol, o muchos hombres de la especie hombre y del género animal. Los universales ya se discutían en Grecia, sobretodo Aristóteles, fue él quien planteó el problema en su obra Metafísica.
El problema es si los universales son o no son cosas. Hubieron dos posiciones extremas: el realismo y el nominalismo. El realismo afirma que los universales son cosas, o sea, están en todos los individuos y no hay diferencia entre ellos, solo accidentes que hacen que parezcan diferentes. El realismo fue representado por San Anselmo y Guillermo de Champeaux.
El nominalismo plantea que lo que existe son los individuos y no hay nada en la naturaleza que sea universal, es decir, los universales no son cosas y solo existen en la mente. Su principal representante fue Roscelino de Compiègne.
Después aparece un realismo moderado que considera que el individuo es la sustancia primera, pero para explicar la realidad individual es necesario un principio de individualización; es decir, el individuo es la realidad, pero es individuo de una especie. Así, los universales son productos de la mente, pero tienen su fundamento en las cosas. En esta posición se tiene a San Alberto Magno y Santo Tomás.
Finalmente, el nominalismo, con Guillermo de Ockam y Juan Escoto Eriúgena, se impone negando en absoluto la existencia de los universales en la naturaleza, son productos exclusivamente de la mente. Las cosas se conocen mediante sus conceptos y estos son universales, es decir, el conocimiento va a ser simbólico: el hombre renuncia a las cosas y se resigna a quedarse sólo con sus símbolos.
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